Antonio García Rozo, profesor honorario del Departamento de Ingeniería Eléctrica y Electrónica, rinde un homenaje a dos colegas fallecidos recientemente.
A mediados de 1976 tuve mi primer contacto formal con la Universidad de Los Andes, gracias a dos colegas que hoy ya no nos acompañan: Álvaro Maldonado y Carlos Amaya. En ese entonces, me ofrecieron la posibilidad de vincularme a la Universidad, después de haber pasado dos semestres reemplazando a un antiguo compañero de la Javeriana, Jaime Adolfo Garcés, en su cátedra de electrónica digital.
Álvaro Maldonado, quien falleció a principios de marzo de 2020, en ese momento, era el jefe Departamento de Ingeniería Eléctrica (actual Departamento de Ingeniería Eléctrica y Electrónica). Él fue quien de manera directa y con el acompañamiento de Tito Majerowics, Coordinador del Departamento, me mostraron la Universidad profunda y las intimidades del programa de Ingeniería Eléctrica. Posteriormente, Álvaro fue nombrado en un cargo importante en la Empresa de Energía de Bogotá (EEB) y dejó Los Andes. De la Empresa de Energía pasó a desempeñarse como consultor del sector eléctrico en Consultores Regionales Asociados, CRA, donde trabajó hasta el final. Aunque lejos de la actividad académica, nos mantuvimos en contacto por muchos años, intercambiamos puntos de vista, no siempre coincidentes, sobre el acontecer nacional. Adicionalmente, en muchas ocasiones compartimos labores domésticas, nos encontrábamos permanentemente haciendo mercado él con sus hijas y yo, con mis hijos.
Carlos Amaya, quien falleció también hace poco, fue el primer director del Departamento y, en 1976, era el Decano de la Facultad de Ingeniería. En esa ocasión, me dio no solo las indicaciones administrativas del caso para mi contratación, sino que me transmitió de manera muy simple los principios fundamentales de la ética de Los Andes y la visión de la Facultad sobre el tipo de profesionales que se formaban en el claustro; en palabras de la época, me transmitió el espíritu uniandino. Recuerdo mucho el énfasis que hacía en que no perdiera de vista la realidad que nos rodeaba como ingenieros y lo imperioso de mantenerse cerca de ella con consultoría o investigación.
Durante muchos años, tuve la oportunidad de interactuar con Carlos y, a su regreso de la Vicerrectoría, compartí un buen tiempo con él la oficina W 315. Recuerdo que estaba adornada con un óleo del ferrocarril de Antioquia, regalo que le había dado su amigo Gustavo Arias de Greiff. Este cuadro me acompañó hasta el 2015. En esos años actuó como profesor de medio tiempo, haciendo simultáneamente consultoría en la compañía de Enrique Zuleta; posteriormente, fue nombrado Decano de Ingeniería de Uniminuto donde continuo su labor académica. Todo este tiempo fui testigo privilegiado de cómo su actitud siempre fue fiel a los principios y valores de los Andes. Aunque de pocas palabras, Carlos tenía muy claro que los ingenieros que se formaban en la Universidad tenían una misión en el desarrollo del país muy particular. No le preocupaba la competencia de otras universidades, mientras mantuviéramos la orientación de formar profesionales con una amplia capacidad de análisis y una visión global de la ingeniería y del país.
Un eterno agradecimiento a este par de ingenieros eléctricos uniandinos.